miércoles, mayo 03, 2006
El temor al fracaso domina al mundo financiero y empresarial
El temor al fracaso domina al mundo financiero y empresarial
Dos estudios académicos recién aparecidos explican por qué se toman tantas malas decisiones en el mundo de las empresas y las finanzas, incluidas las personales. La respuesta es “la falacia del Concorde”, o lo que es lo mismo la negativa a asumir el coste del fracaso porque el orgullo nos lo impide.
Uno de los misterios inextricables del mundo empresarial y financiero es también uno de los más sencillos. ¿Cómo es que gente inteligente y con estudios puede tomar decisiones tan malas?
Nuevos estudios confirman lo que muchos de nosotros habíamos sospechado desde hace tiempo. A la mayoría de gestores les ocurre como a muchos inversores, quienes permiten que las emociones y el orgullo se interpongan en el camino. Mientras esto suceda seguirán tomando malas decisiones.
¿Qué puede haber poseído a un tipo inteligente como el antiguo responsable de DaimlerChrysler AG, Juergen Schrempp, para pensar que podría dirigir Chrysler, a pesar de los muchos ejecutivos del sector automovilístico de EE UU que lo habían intentado y fallado?
¿Cómo puede ser que ejecutivos de Time Warner se convencieran de que fusionar uno los negocios de medios de comunicación más antiguos y respetados de EE UU con una empresa de internet – America Online – de futuro muy incierto, y no muchos beneficios, era una buena idea?
Quién sabe si los ejecutivos del Santander que parecen bien cuerdos, se tomaron un respiro para preguntarse por qué el banco británico Abbey no tenía mucho éxito, antes de desembolsar más de 13000 millones de euros por el privilegio de poseerlo.
En el mundo de las inversiones apenas se encuentra vida inteligente en los fondos mejor gestionados. Poco puede explicar la determinación de seguir impulsando los precios de materias primas este año, mucho después de que el mercado se hubiese convertido en una burbuja.
En resumen, las malas decisiones son tan comunes, si no más, que las buenas. Dos estudios académicos recientes esclarecen en parte por qué es así. En la conferencia anual de la Royal Economic Society del Reino Unido, Felix Hoeffler, investigador jefe de Max Planck Institute for Researsch on Collective Goods en Bonn, presentó un documento titulado: ¿Por qué a los humanos les preocupan los costes de los fracasos mientras a los animales no?
Su explicación es que a los humanos, les preocupa demasiado los costes de los fracasos, lo que a él llama “la falacia del Concorde”.
Puede que los lectores recuerden que el Concorde era el avión de pasajeros supersónico de la década de los setenta. Muy pronto fue evidente que el avión era un desastre económico: demasiado ruidoso, demasiado caro. Y sin embargo los gobiernos británico y francés continuaron inyectando dinero en el proyecto, a pesar de que no había posibilidades de recuperarlo. Muchos de nosotros hacemos algo parecido con nuestras carteras. Compramos una acción, la vemos hundirse, y nos aferramos a ella con la esperanza de que repunte algún día.
“Todos los días la experiencia nos dice que los humanos son vulnerables al coste del fracaso”, dice Hoeffler en un informe. “Cuando compramos una entrada para la ópera y – en la noche del espectáculo – nos damos cuenta de que hay un partido de fútbol interesante en televisión, que en realidad preferiríamos ver, nos sentimos obligados a ir a la ópera para evitar la sensación de que hemos malgastado el dinero en una entrada”. “En ese ejemplo uno no quiere tirar el dinero”, dijo Hoeffler, los animales no caen en el mismo error. Están mucho más dispuestos que nosotros a reducir sus pérdidas cuando realizan una tarea.
Cada vez hay más pruebas de que las emociones obstaculizan la toma de decisiones racionales en el mundo de los negocios. El año pasado un estudio concluyó que los que sufren un tipo de daño cerebral eran mucho mejores en la toma de decisiones que otras personas. Un equipo conjunto de las universidades de Stanford, Carnegie Mellon y de Iowa estudió el proceso de toma de decisiones en inversiones por personas que no sienten emociones por determinadas lesiones cerebrales, pero que, por lo demás eran completamente normales. Posteriormente el equipo llevó a cabo experimentos para ver cómo se comparaban con personas que sentían emociones. ¿El resultado? Los que no sentían emociones obtenían los mejores resultados que el resto.
En el experimento – en que se pidió a los participantes de la prueba que apostaran a la cara de una moneda – algunos dejaban de invertir por miedo a perder el dinero que habían ganado. Los participantes con daños cerebrales no sentían miedo, por lo que continuaban invirtiendo y ganaban más. Es la otra cara de la moneda que Hoeffler está investigando.
Mantenemos nuestras malas inversiones porque nos da vergüenza admitir que hemos cometido un error. Somos demasiado orgullosos. Y después vendemos nuestras mejores inversiones porque nos da miedo perder lo que ya hemos ganado. Al final, según parece, acabamos tomando las malas decisiones porque somos humanos.
(La Vanguardia, 27 de Abril del 2006, Matthew Lynn, Bloomberg)
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